Había una vez un pequeño pueblo situado en lo profundo de un valle tranquilo. En este lugar, la vida transcurría en armonía y serenidad. Los habitantes del pueblo eran conocidos por su espíritu pacífico . Pero, como en cualquier comunidad, también existía una costumbre que afligía a algunos: la mala costumbre de quejarse.
Cada mañana, cuando el sol comenzaba a asomarse por detrás de las montañas, el pueblo despertaba con un coro de lamentos y murmullos. La gente se quejaba del clima, de las tareas diarias, de los vecinos y de cualquier cosa que pudieran encontrar para expresar su descontento.
Un día, un anciano sabio llegó al pueblo. Vestía túnicas sencillas y su rostro reflejaba la serenidad de quien ha descubierto la esencia de la vida. Pronto, se corrió la voz de que este anciano poseía una sabiduría profunda y un enfoque único hacia las dificultades.
Los habitantes del pueblo, cansados de sus quejas constantes, se acercaron al anciano en busca de consejo. Le preguntaron cómo podían liberarse de la mala costumbre de quejarse y encontrar la paz interior que tanto anhelaban.
El anciano sonrió y les dijo: "Escuchen, queridos amigos, la queja es como una enredadera que crece sin control. Si permiten que sus pensamientos se llenen de quejas, solo cultivarán más insatisfacción. Pero hay una forma de cortar esa enredadera".
Los habitantes del pueblo se reunieron en círculo alrededor del anciano, ansiosos por escuchar su sabiduría. Él continuó: "Cada vez que sientan la necesidad de quejarse, deténganse y observen sus pensamientos. En lugar de enfocarse en lo negativo, busquen algo positivo en cada situación, agradezcan".
Los aldeanos asintieron, comprendiendo las palabras del anciano. Se dieron cuenta de que la queja solo alimentaba su infelicidad, mientras que la gratitud y la aceptación les brindaban una perspectiva diferente.
A partir de ese día, el pueblo comenzó a transformarse. En lugar de quejas, se escuchaban susurros de agradecimiento. La gente se maravillaba de la belleza de la naturaleza que los rodeaba, agradeciendo el sol, la lluvia y las estaciones que traían cambios y renacimiento.
Los habitantes del pueblo empezaron a valorar las pequeñas cosas que antes pasaban desapercibidas. Un simple gesto amable, una sonrisa o un momento de quietud se convertían en fuentes de alegría y gratitud.
Con el tiempo, la enredadera de quejas se marchitó y desapareció por completo. El pueblo se convirtió en un oasis de calma y serenidad, donde la queja era solo un eco lejano.
El anciano sabio se marchó del pueblo, pero su enseñanza perduró en los corazones de sus habitantes. Aprendieron que la vida está llena de desafíos, pero también de maravillas. Optaron por encontrar la belleza en cada momento y apreciar lo que traía cada instante un segundo a la vez
Cuento de la Serie siguiendo el rastro ..TM
¡Qué gran enseñanza! Buen relato. Un saludo. :)
ResponderEliminargracias por tu valoración corazón se aprecia de toda alma
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